miércoles, 22 de julio de 2009

CUSTODIO

Custodio es un conserje, mantenedor, portero o como queramos llamarle, que trabaja en una comunidad de unos 80 vecinos. Hombre regordete, metidos en los cincuentas, que ha vivido y trabajado, desde hace más de 30 años, en este oficio de servicios a una comunidad de propietarios, que antes lo conocíamos como portero y que ahora se le puede definir como de hombre para casi todo. Custodio no puede negar su trabajo. Si en alguien ha podido influir su trabajo, hasta el punto de que oficio y trabajo se pueden confundir con la persona, es precisamente en él. Afable hasta en la primera impresión. Incapaz de levantar el tono de voz, cuestión esta que no deja de ser importante cuando se habla con tanta gente que se “creen dueño de la finca” como dice él, cuando se confiesa conmigo. Protocolario, como el que más. Siempre con una sonrisa casi permanente, nunca escatima su saludo a todos lo que pasan. “Buenos días Don Manuel, Buenos tardes Don Fulano, ¿Qué, como se dieron las vacaciones? En fin, Custodio es más bien un portero chapado a la antigua, espécimen único, que no deja nunca de estar al servicio de los inquilinos. Nunca he podido saber si esta actitud suya es debida a su natural personalidad o más bien es una estrategia muy bien diseñada, de “estar bien” con todo el mundo, no fuera a ser que el trabajo peligrara. No lo sé, nunca lo he sabido y creo que sería difícil averiguarlo. No se podría decir que era culto, pero no cabe duda, cuando se habla con él, que a pesar de no haber estudiado nada más que para “sacar el certificado de estudios primarios” cuenta con una experiencia que le ha proporcionado una filosofía parda pero de prácticos resultados. Pues bien, me cuenta este amigo mío que en su urbanización ocurren cosas que nada más ocurren allí. Un día me dijo que no entendía como se puede tener a un perro de mascota y no pensar en los vecinos. Había vecinos que dejaban a sus perros hacer sus “cositas” en el césped o en el jardín donde los niños después iban a jugar. Decía que eso tenía que ser que el perro se le escapaba, pues si no, cómo se podría creer que lo dejara ir, a sabiendas de que los niños, en esta época del año, jugaban hasta que se encendían las farolas de la urbanización. Por suerte, no todos los vecinos eran así, la mayoría cogían sus bolsitas de plástico y recogían las cacas que las mascotas iban dejando por el suelo. Esto lo decía con una mueca de asco que le transformaba el rostro casi por entero. Sólo imaginárselo le producía fatiga.
- Bueno quien quiere tener alguna compañía, algo le tiene que costar. Le dije yo.
Siempre me pregunto el porqué de esta actitud conmigo, ya que sólo voy a esta urbanización de vez en cuando a visitar a un familiar próximo. Me sentía a veces, cuando me “cogía” saliendo de la urbanización y se me acercaba, como su válvula de escape particular o su confidente, al cual le podía contar casi todo sin que los vecinos se enteraran. Custodio es un cumplidor nato. Cada día por la tarde va escalera por escalera, recogiendo las bolsas de basuras que han dejado los vecinos en las puertas.
-Qué le voy a decir, Señor Miguel. Hay gente que no piensan en los demás. Por ejemplo: Señor, no sabes que no vas a estar el fin de semana, o por la tarde, pues no dejes la bolsa de basura fuera de tu casa, que por muy bien que la amarrares, viene algún gato o las hormigas y forman un desastre en la misma puerta de tu casa. Y luego vienen los olores, la bolsa rota con todo por medio, las mancha en el suelo. En fin, un desastre, sin ninguna necesidad.
-Son cosas que no se entienden Custodio. Le digo yo mientras intento despedirme hasta la próxima.

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